Los sombreros y chupallas son hormados a mano, con técnicas ancestrales y con máquinas del siglo XIX. Hago sombreros a medida y los dejo totalmente personalizados. Soy un apasionado en esto, crecí hormando sombreros, llevo esto en la sangre. Es un conocimiento que ha pasado por los miembros de mi familia de generación en generación, me siento un heredero de esta tradición, un Guardián de este Patrimonio Cultural.
La chupalla solo puede denominarse como tal cuando está terminada. Primero se hace una trenza. Para esto son hábiles las trenzadoras de Alcántara. Después se cose la trenza, y se le empieza a dar forma de sombrero. Ahí pasa a llamarse clocha, que vendría siendo un sombrero sin forma. Después viene el hormado de la clocha, con vapor y hormas de madera. Una vez que tiene su forma, se encola, engoma y adorna. Ahora se llama chupalla.
Cuando la clocha se encola pasa a la horma. La horma que utilizo se basa en una que compraron mis padres en Talca. Yo la mandé a replicar a un señor de apellido Zúñiga, él la hizo completamente a mano, con maderas nobles, nativas, como lingue, raulí o roble, para que no se parta. Hay distintos tipos de hormas, para un sinfín de finalidades, algunas ovaladas, como la mía, que tiene entre 2 ½ y 6 pulgadas. Así le doy forma a mis sombreros.
También utilizo una máquina conformadora. Esta es la herramienta que personaliza la chupalla, la deja a la medida. Con este artilugio tomo la medida exacta de la cabeza, y su forma, e imprime un papel para después llevar el sombrero al formillón. Allí se termina la chupalla, con puro vapor. Nuestras máquinas son antiguas, mi padre las compró en Talca, junto a las planchas de madera. Gracias a esto nos podemos ganar la vida.
Los sombreros y chupallas son hormados a mano, con técnicas ancestrales y con máquinas del siglo XIX. Hago sombreros a medida y los dejo totalmente personalizados. Soy un apasionado en esto, crecí hormando sombreros, llevo esto en la sangre. Es un conocimiento que ha pasado por los miembros de mi familia de generación en generación, me siento un heredero de esta tradición, un Guardián de este Patrimonio Cultural.
La chupalla solo puede denominarse como tal cuando está terminada. Primero se hace una trenza. Para esto son hábiles las trenzadoras de Alcántara. Después se cose la trenza, y se le empieza a dar forma de sombrero. Ahí pasa a llamarse clocha, que vendría siendo un sombrero sin forma. Después viene el hormado de la clocha, con vapor y hormas de madera. Una vez que tiene su forma, se encola, engoma y adorna. Ahora se llama chupalla.
Cuando la clocha se encola pasa a la horma. La horma que utilizo se basa en una que compraron mis padres en Talca. Yo la mandé a replicar a un señor de apellido Zúñiga, él la hizo completamente a mano, con maderas nobles, nativas, como lingue, raulí o roble, para que no se parta. Hay distintos tipos de hormas, para un sinfín de finalidades, algunas ovaladas, como la mía, que tiene entre 2 ½ y 6 pulgadas. Así le doy forma a mis sombreros.
También utilizo una máquina conformadora. Esta es la herramienta que personaliza la chupalla, la deja a la medida. Con este artilugio tomo la medida exacta de la cabeza, y su forma, e imprime un papel para después llevar el sombrero al formillón. Allí se termina la chupalla, con puro vapor. Nuestras máquinas son antiguas, mi padre las compró en Talca, junto a las planchas de madera. Gracias a esto nos podemos ganar la vida.
Los sombreros y chupallas son hormados a mano, con técnicas ancestrales y con máquinas del siglo XIX. Hago sombreros a medida y los dejo totalmente personalizados. Soy un apasionado en esto, crecí hormando sombreros, llevo esto en la sangre. Es un conocimiento que ha pasado por los miembros de mi familia de generación en generación, me siento un heredero de esta tradición, un Guardián de este Patrimonio Cultural.
La chupalla solo puede denominarse como tal cuando está terminada. Primero se hace una trenza. Para esto son hábiles las trenzadoras de Alcántara. Después se cose la trenza, y se le empieza a dar forma de sombrero. Ahí pasa a llamarse clocha, que vendría siendo un sombrero sin forma. Después viene el hormado de la clocha, con vapor y hormas de madera. Una vez que tiene su forma, se encola, engoma y adorna. Ahora se llama chupalla.
Cuando la clocha se encola pasa a la horma. La horma que utilizo se basa en una que compraron mis padres en Talca. Yo la mandé a replicar a un señor de apellido Zúñiga, él la hizo completamente a mano, con maderas nobles, nativas, como lingue, raulí o roble, para que no se parta. Hay distintos tipos de hormas, para un sinfín de finalidades, algunas ovaladas, como la mía, que tiene entre 2 ½ y 6 pulgadas. Así le doy forma a mis sombreros.
También utilizo una máquina conformadora. Esta es la herramienta que personaliza la chupalla, la deja a la medida. Con este artilugio tomo la medida exacta de la cabeza, y su forma, e imprime un papel para después llevar el sombrero al formillón. Allí se termina la chupalla, con puro vapor. Nuestras máquinas son antiguas, mi padre las compró en Talca, junto a las planchas de madera. Gracias a esto nos podemos ganar la vida.