El mimbre lo compro en las plantaciones de Chimbarongo, por atados de un metro de diámetro; vienen cerca de 300 varillas. Compro solo mimbre blanco, no uso negro ni café. Selecciono las mejores varas, las más secas y las voy enderezando una a una. Son varillas de dos a tres metros, del grosor del dedo meñique.
Luego las despunto y con un cuchillo les hago una cruz. Ahí se mete el palito de cuatro ranuras llamado partidor. Hay partidores de tres y hasta de seis ranuras. Como mi trabajo es más fino ocupo el partidor de tres o cuatro. Así se parte el mimbre. Después se mojan las varillas y se van a la máquina descarnadora, para sacarle el corazón. De ahí va a los canteadores. Se pasa la varilla por esta máquina para cuadrarla del diámetro necesario y queda listo el mimbre para tejer.
Un día, a fines de los 80, un amigo me invitó a ser parte de la Expo Mimbre, para mostrar mis trabajos. Esto pasó debido a que unos artesanos se arrepintieron. No me atreví al principio, era muy tímido, aunque a esas alturas ya trabajaba bien. Me costó animarme. Imagina que ni siquiera en Chimbarongo sabían que yo tenía taller, era uno muy sencillo y acogedor: tejía bajo el parrón. En ese entonces tenía solo un cliente, don Luis Salas, artesano y, a la vez, comerciante; él vendía mis productos en la carretera, conocía mi arte.
Con Luis nos conocíamos desde niño en Convento Viejo, era un hombre serio. Bueno, finalmente me animé a participar de la Expo Mimbre. ¡Vamos no más vieja! le dije, total no tenemos nada que perder. Y ella me aganchó altiro, es que tengo una muy buena compañera. Participamos y nos sorprendió nuestro puesto lleno de gente, les gustaba el trabajo. Nos fue bien, vendimos harto. Pero más allá de la venta, estar ahí fue un honor, un gran logro.
El mimbre lo compro en las plantaciones de Chimbarongo, por atados de un metro de diámetro; vienen cerca de 300 varillas. Compro solo mimbre blanco, no uso negro ni café. Selecciono las mejores varas, las más secas y las voy enderezando una a una. Son varillas de dos a tres metros, del grosor del dedo meñique.
Luego las despunto y con un cuchillo les hago una cruz. Ahí se mete el palito de cuatro ranuras llamado partidor. Hay partidores de tres y hasta de seis ranuras. Como mi trabajo es más fino ocupo el partidor de tres o cuatro. Así se parte el mimbre. Después se mojan las varillas y se van a la máquina descarnadora, para sacarle el corazón. De ahí va a los canteadores. Se pasa la varilla por esta máquina para cuadrarla del diámetro necesario y queda listo el mimbre para tejer.
Un día, a fines de los 80, un amigo me invitó a ser parte de la Expo Mimbre, para mostrar mis trabajos. Esto pasó debido a que unos artesanos se arrepintieron. No me atreví al principio, era muy tímido, aunque a esas alturas ya trabajaba bien. Me costó animarme. Imagina que ni siquiera en Chimbarongo sabían que yo tenía taller, era uno muy sencillo y acogedor: tejía bajo el parrón. En ese entonces tenía solo un cliente, don Luis Salas, artesano y, a la vez, comerciante; él vendía mis productos en la carretera, conocía mi arte.
Con Luis nos conocíamos desde niño en Convento Viejo, era un hombre serio. Bueno, finalmente me animé a participar de la Expo Mimbre. ¡Vamos no más vieja! le dije, total no tenemos nada que perder. Y ella me aganchó altiro, es que tengo una muy buena compañera. Participamos y nos sorprendió nuestro puesto lleno de gente, les gustaba el trabajo. Nos fue bien, vendimos harto. Pero más allá de la venta, estar ahí fue un honor, un gran logro.
El mimbre lo compro en las plantaciones de Chimbarongo, por atados de un metro de diámetro; vienen cerca de 300 varillas. Compro solo mimbre blanco, no uso negro ni café. Selecciono las mejores varas, las más secas y las voy enderezando una a una. Son varillas de dos a tres metros, del grosor del dedo meñique.
Luego las despunto y con un cuchillo les hago una cruz. Ahí se mete el palito de cuatro ranuras llamado partidor. Hay partidores de tres y hasta de seis ranuras. Como mi trabajo es más fino ocupo el partidor de tres o cuatro. Así se parte el mimbre. Después se mojan las varillas y se van a la máquina descarnadora, para sacarle el corazón. De ahí va a los canteadores. Se pasa la varilla por esta máquina para cuadrarla del diámetro necesario y queda listo el mimbre para tejer.
Un día, a fines de los 80, un amigo me invitó a ser parte de la Expo Mimbre, para mostrar mis trabajos. Esto pasó debido a que unos artesanos se arrepintieron. No me atreví al principio, era muy tímido, aunque a esas alturas ya trabajaba bien. Me costó animarme. Imagina que ni siquiera en Chimbarongo sabían que yo tenía taller, era uno muy sencillo y acogedor: tejía bajo el parrón. En ese entonces tenía solo un cliente, don Luis Salas, artesano y, a la vez, comerciante; él vendía mis productos en la carretera, conocía mi arte.
Con Luis nos conocíamos desde niño en Convento Viejo, era un hombre serio. Bueno, finalmente me animé a participar de la Expo Mimbre. ¡Vamos no más vieja! le dije, total no tenemos nada que perder. Y ella me aganchó altiro, es que tengo una muy buena compañera. Participamos y nos sorprendió nuestro puesto lleno de gente, les gustaba el trabajo. Nos fue bien, vendimos harto. Pero más allá de la venta, estar ahí fue un honor, un gran logro.